El futuro de la policía. Hacia una policía del Siglo XXI

Laura Carrera Lugo
Antropóloga Social. Especialista em Prevenção Social da Violência e da Delinquência no México

Resumo (Português): A Autora dedica a sua reflexão sobre os desafios que se colocam à instituição policial no mundo contemporâneo. Defende que hoje, falar da organização policial, é falar de mais um ator na difícil tarefa de proporcionar segurança nas sociedades.
A complexidade que caracteriza o mundo moderno, com a sua diversidade de sistemas, instituições, profissões e individualidades, significa que o serviço de polícia tem um significado muito diferente do que no passado. Embora muitas das funções que o constituíram desde o seu início ainda hoje estejam em vigor, foram acrescentadas novas atividades que reforçaram a sua institucionalização e têm sido um reflexo da adaptabilidade das agências de aplicação da lei.
Palavras-Chave: Prevenção social da violência; delinquência; mudança social; formação policial.

Abstract (English): The Author dedicates her reflection to the challenges faced by the police institution in the contemporary world. She argues that today, to speak of the police organisation is to speak of one more actor in the difficult task of providing security in societies.
The complexity that characterises the modern world, with its diversity of systems, institutions, professions and individualities, means that the police service has a very different meaning than in the past. Many of the functions that have constituted it since its inception are still in place today. However, new activities have been added and strengthened its institutionalisation, and have been a mirror of the adaptability of law enforcement agencies.
Keywords: Social prevention of violence; delinquency; social change; police training.

Resumen (Castellano): La Autora dedica su reflexión a los retos a los que se enfrenta la institución policial en el mundo contemporáneo. Sostiene que hoy en día, hablar de la organización policial es hablar de un actor más en la difícil tarea de proporcionar seguridad en las sociedades.
La complejidad que caracteriza al mundo moderno, con su diversidad de sistemas, instituciones, profesiones e individualidades, hace que el servicio policial tenga un significado muy diferente al del pasado. Si bien muchas de las funciones que lo han constituido desde su creación siguen vigentes hoy en día, se han añadido nuevas actividades que han reforzado su institucionalización y han sido un reflejo de la capacidad de adaptación de los cuerpos de seguridad.
Palabras-clave: Prevención social de la violencia; delincuencia; cambio social; formación policial.

INTRODUCCIÓN
Hoy día, hablar de la organización policial equivale a hablar de un actor más en la difícil tarea de brindar seguridad en las sociedades. La complejidad que caracteriza al mundo moderno, con su diversidad de sistemas, instituciones, profesiones e individualidades, hace que el servicio policial tenga un significado muy distinto al que tuvo en épocas pasadas. Si bien muchas de las funciones que la constituyeron desde su creación continúan vigentes hasta nuestros días, a ellas se suman nuevas actividades que han dado solidez a su institucionalización y que han sido el reflejo de la capacidad de adaptación de los cuerpos de seguridad.
I. REALIDADES ALTAMENTE COMPLEJAS
A nivel global, los contextos de la realidad contemporánea se caracterizan por una profunda confluencia de numerosas tendencias de naturaleza social, económica, política, sanitaria, tecnológica y ecológica. Esta convergencia ha conducido al surgimiento de entornos altamente complejos, dinámicos y cambiantes a nivel mundial, regional e incluso local.
Durante las dos primeras décadas del siglo XXI hemos atestiguado severas crisis que nacen en el seno de esas tendencias, generando graves problemas que arrojan la imagen de un mundo ardiendo en llamas y que, despojadas de valores y convicciones, las vidas de las personas están atrapadas en una espiral creciente de incertidumbre, inseguridad e intranquilidad (Kabat-Zinn, 2007).
Dado que los impactos de estos procesos son transversales –se manifiestan en múltiples aspectos de la existencia–, su adecuado entendimiento y abordaje supone un desafío para las entidades que juegan papeles determinantes en brindar seguridad dentro de sus respectivas sociedades. Tal es el caso de las policías, quienes han tenido que innovar recursos e improvisar estrategias para evitar ser rebasadas por la realidad y los retos que de ella se desprenden.
Con el propósito de responder algunas de las interrogantes que giran en torno a la función policial del siglo XXI a continuación, se describen los macroprocesos que, de forma directa, inciden en la reconfiguración del campo social, económico, político, ambiental, sanitario y científico-tecnológico.
1. Campo social
En el plano social, el crecimiento demográfico global es la principal tendencia de largo plazo. Este fenómeno se ha visto acelerado por una urbanización masiva de la población a nivel global –posibilitada por los sucesivos procesos de industrialización que se han presentado desde el siglo XIX–. En consecuencia, en los últimos 30 años, han surgido metrópolis de proporciones gigantescas (rodeadas de zonas conurbadas densamente pobladas), que constituyen polos de desarrollo en donde se concentran servicios, centros neurálgicos de infraestructura y una oferta de oportunidades educativas, laborales y comerciales.
De hecho, el aumento poblacional global se ha acelerado significativamente debido al crecimiento económico, así como a los adelantos científico-tecnológicos que han alargado las expectativas de vida. Mientras que la humanidad requirió de 127 años para duplicar la cantidad de habitantes registrada en 1800 (año en que, por primera vez, se alcanzó la cifra de mil millones de personas), con los beneficios económicos y la mejora científica bastaron 30 años (de 1970 a 2000) para que la población mundial pasara de 3 mil a 6 mil millones. Tendencia que, según la Organización de las Naciones Unidas, continuará para el año 2030 cuando seamos más de 8 mil millones de habitantes .
Desde luego, todo ello conlleva enormes retos económicos, políticos y ambientales para la sustentabilidad, estabilidad y desarrollo de las sociedades contemporáneas; sin mencionar los problemas de inseguridad, delincuencia y violencia que van aparejados a la precarización de los entornos urbanos y a los que debe hacer frente la organización policial desde una perspectiva democrática.
Sin embargo, a pesar de este incremento poblacional total, existen otros escenarios de crisis demográficas. Algunos de los países con mayor desarrollo industrial están experimentando una contracción poblacional severa ¬– Europa occidental, Rusia, Japón, por lo que es previsible una drástica reconfiguración de sus balances demográficos internos, debido a la inversión de las pirámides demográficas ¬– muchos viejos y pocos jóvenes –, lo que plantea complicaciones importantes para sus sociedades, economías y mercados laborales (Goldman, 2011).
El crecimiento demográfico con su correlato de precarización urbana y la disminución de la población en países desarrollados, estimulan la migración masiva de personas en busca de mejores condiciones de vida para ellos y sus familias; lo cual da lugar a una nueva función de la policía al responsabilizarla del acompañamiento, atención y contención de grandes flujos migratorios.
Igualmente, los problemas surgidos de diferencias socioculturales entre la población migrante y la población receptora presentan un desafío para los oficiales. El constante y estrecho contacto entre individuos procedentes de distintas naciones impide la absorción completa en los países de acogida. De hecho, tal parece que las oleadas globalizadoras y la creación de modelos multiculturales, lejos de disipar las reivindicaciones políticas “identitarias” (relacionadas con la cultura, historia, idioma, cosmovisión y otros atributos que comparten los grupos sociales), están contribuyendo a su reactivación.
Lo anterior se pone de manifiesto en el consumo irresponsable y la falta de una educación en las Tecnologías de Información y Comunicaciones (TIC’s) puesto que, en lugar de ser una herramienta que permita crear lazos solidarios y contrarrestar la exclusión, son utilizadas en la difusión de mensajes de odio, instigando conductas violentas contra grupos vulnerables como las mujeres y niños o contra personas que tienen orientaciones ideológicas, políticas, religiosas o sexuales distintas.
Lamentablemente, la falta de planeación y previsión por parte de los gobiernos ha hecho que muchas instituciones públicas fueran tomadas por sorpresa ante estas problemáticas perjudiciales para la convivencia comunitaria. Así, no es extraño encontrarse con casos de discriminación por parte de autoridades, demostrando las limitaciones de las instituciones locales para evitar la marginalización y exclusión social de numerosos grupos de personas.
2. Campo Económico
El crecimiento poblacional y la aglomeración de habitantes en centros urbanos y sus zonas periféricas han impuesto una extraordinaria presión sobre las finanzas públicas, proveniente de millones de individuos que demandan infraestructura básica, servicios públicos de primera necesidad y servicios sociales como viviendas, escuelas, transporte, hospitales, fuentes de empleo. La cobertura de todos estos costos muchas veces ha rebasado la capacidad de los erarios públicos.
Por su parte, el modelo económico de libre comercio de los últimos 30 años ha generado tal interdependencia económica internacional al grado que, pese a los recientes intentos proteccionistas en EE. UU. y Reino Unido, el mercado planetario y su intenso intercambio de mercancías, servicios e información no se han debilitado . Si bien esta interconexión ha traído consigo numerosas oportunidades de crecimiento, la estrecha vinculación de intereses políticos, estratégicos, económicos, comerciales o financieros de distintos actores estatales y no estatales multiplica el potencial de conflicto (Luttwak, 1990).
En virtud de todos estos procesos, más que una aldea global armónica, el mundo actual se comporta como una arena competitiva en el que diversos actores – estatales y no estatales– se enfrentan unos a otros en un ecosistema altamente complejo y dinámico, en donde prevalece la lógica de las ganancias relativas de poder, riqueza y prestigio (“juegos de suma cero”).
Adicionalmente, la optimización tecnológica plantea otros retos económicos importantes, como la posibilidad de la eventual pérdida del 47% de los empleos – principalmente aquéllos relacionados con tareas logísticas, comercio minorista y mayorista, minería, agricultura, manufactura – (Frey y Osborne, 2013) debido a la creciente robotización y automatización de los procesos productivos, lo que entraña una profundización de los niveles de desigualdad económica y social entre la población, además de brotes de fricciones y violencias sociales provocados por el descontento ocasionado por estos cambios.
El porvenir de las nuevas generaciones es entonces, en el mejor de los casos, incierto. Los 1,000 millones de jóvenes que hay en el mundo (ONU, 2018) – muchos de ellos nacidos en este siglo – se están enfrentando a un entorno plagado por una enorme demanda de oportunidades laborales y educativas, la obsolescencia de modelos educativos incapaces de transformarse al compás evolutivo de la ciencia y la tecnología. Evidentemente, satisfacer la totalidad de dichas demandas comprometerá la calidad de las ofertas disponibles.
Por otra parte, el desarrollo de las finanzas como un sector especulativo cada vez menos vinculado con la economía real ha incrementado la volatilidad con la que operan los mercados financieros contemporáneos. Se trata de gigantescas plataformas, que operan las 24 horas del día durante los 365 días del año, dedicadas a la compraventa masiva en tiempo real de divisas, títulos accionarios, opciones, bonos de deuda y derivados, entre otros. Sin embargo, estas transacciones se realizan de forma independiente de las necesidades de financiamiento que requieren los sectores productivos para alentar un desarrollo incluyente.
Además, su alcance global y la velocidad con la que reaccionan – producto de los avances en las tecnologías de la información – les hace especialmente vulnerables ante efectos disruptivos que ocurren de manera súbita. En este sector, cuyas actividades superan las barreras fronterizas, prevalecen condiciones de desregulación y opacidad.
En dicho contexto, considerando la densidad y profundidad de los entramados financieros contemporáneos, una crisis financiera puede desencadenar afectaciones graves en los campos político, económico y social. El contagio subsecuente puede entonces extenderse rápidamente a distintos puntos del globo, como lo ilustran las crisis financieras que se han presentado desde la década de los 80s.
Además, cabe señalar que las finanzas también están sufriendo transformaciones ocasionadas por la introducción de avances tecnológicos. El ejemplo más representativo de ello en el contexto actual es la aparición de las divisas digitales (tales como Bitcoin, Litecoin, Ethereum), cuya emisión no es controlada por algún Estado, banco central o empresa en particular y, por tanto, aún no son del todo claras sus consecuencias para aspectos como el comercio internacional, la volatilidad financiera, la legislación tributaria, la política monetaria (Schwab, 2016).
La actualidad del campo económico plantea un panorama retador a las organizaciones encargadas de aplicar la ley. Por un lado, deben ser capaces de poner límites a las transacciones realizadas por el narcotráfico, al intercambio de mercancías ilícitas y armamento, la trata de personas, y el control identitario sin alterar ni desalentar la actividad comercial y, por otro, deben especializarse en el rastreo y prevención de operaciones financieras con recursos de procedencia ilícita, la evasión fiscal, el lavado de dinero, financiamiento al terrorismo, compraventa de productos y servicios ilícitos que ocurren en el ciberespacio.
3. Campo político
Vista a largo plazo, la incidencia de la violencia física se ha ido reduciendo en buena medida al avance de la democracia y su rol como mecanismo político de resolución de conflictos a través del diálogo y la negociación, así como a su contribución a las alternancias y cambios de poder mediante procedimientos que no involucran el derramamiento de sangre (Shapiro, 2017). De igual forma, el proceso civilizatorio de la humanidad – que abarca varios centenares de años- se ha visto favorecido por el fortalecimiento de la educación cívica y fundamentos mínimos de convivencia pública, lo cual contribuye a que las confrontaciones puedan expresarse a través de distintos formatos.
No obstante, ello no significa que la naturaleza humana se está volviendo más pacífica. Por ejemplo, la interdependencia económica que se ha producido como resultado de los procesos de globalización no solamente conduce a la generación de oportunidades de desarrollo, sino que también han significado la aparición de amenazas y tensiones susceptibles de ser aprovechadas estratégicamente por actores a favor de sus intereses y en detrimento de otros. Es decir, el mundo globalizado actual no solamente no ha anulado las rivalidades políticas, sino que las está transformando de tal modo que las incita a evolucionar y a intensificarse.
A diferencia de lo que sucedía en siglos anteriores, la conflictividad política en el seno del sistema internacional ya no solamente se expresa a través de la diplomacia o el uso de la fuerza armada, sino que cada vez más se manifiesta planos como el comercio de productos estratégicos, el control de los suministros energéticos, los sistemas financieros, los marcos legales, las transferencias tecnológicas, los organismos internacionales, la internet, la transportación, la circulación de información y la manipulación de los flujos migratorios (Leonard, 2016).
En consecuencia, los campos de batalla del siglo XXI están presentes en prácticamente todas las esferas de la actividad humana. Es decir, el ser humano no ha dejado de ser un animal político que lucha contra sus semejantes para obtener poder.
Otro caso relevante es la diseminación sistemática de desinformación mediática (las llamadas fake news), problemática que, en buena medida, es ocasionada por la explotación de la credulidad de ciertos sectores del público y el subsecuente diseño de tácticas de desinformación, basadas en la distorsión de la realidad para manipular a la opinión pública a fin de moldear actitudes favorables o desfavorables hacia determinadas agendas de interés (Vautravers, 2013). Ello contribuye a sembrar un clima sociopolítico en donde abunda la incertidumbre, confusión, tensión y animosidad.
Sobresale también el resurgimiento del nacionalismo, en países desarrollados y emergentes, como una respuesta ante las promesas no cumplidas de prosperidad compartida que supuestamente vendrían con una apertura global de mercados. Además, ello también expresa el descontento social ante la implementación de decisiones – basadas en criterios tecnocráticos – que afectan las vidas de millones de personas (pérdida de bienestar, erosión del sentido de comunidad), por parte de estructuras burocráticas supranacionales cuyo déficit de legitimidad democrática ha sido cada vez más cuestionado (Friedman, 2017).
Por ende, se advierte una creciente tensión entre liberalismo y posturas autoritarias que está provocando un debate en torno al modelo de organización política idóneo para las sociedades del siglo XXI. En diversas latitudes, distintas alternativas están siendo experimentadas, incluyendo el nacionalismo (Austria, Estados Unidos, Hungría, India, Israel, Japón), el populismo militante (Bolivia, Venezuela, Sudáfrica, México), el uso del fervor religioso en la esfera pública (Irán, Polonia, Turquía) o la adopción de sistemas gubernamentales en los que la toma de decisiones por parte de la autoridad funciona verticalmente (China, Rusia, Singapur).
Por su parte, las fuerzas del orden son las primeras afectadas por los vaivenes políticos experimentados por los países. Además, la experiencia de países que viven (o han vivido) en un régimen autoritario, nos ha mostrado que la policía puede comulgar rápida y fácilmente con expresiones contrarias a los derechos humanos, civiles y sociales, y que, su devolución a una perspectiva democrática implica años de esfuerzo y transformaciones.
4. Campo ambiental
El cambio climático global constituye el proceso más importante del sector ambiental. Pese a que aún existe un debate sobre sus verdaderas consecuencias, muchos ven en la explotación de la tierra y en la relación de conflicto entre humanidad y naturaleza, la principal causa de los desequilibrios en el suministro de energía, agua, alimentos o tierra agravándose por la dificultad de acceso a ellos.
Para ilustrar el alcance de la crisis climática y su carácter amenazante al desequilibrio social, basta con recordar que el conflicto armado que se presentó en Siria a comienzos de la presente década fue precedido por una de las más agudas sequías que se hayan registrado en ese país en siglos, problemática que contribuyó a crear condiciones propicias para el estallido de violencia armada, social, política e incluso religiosa (Stokes, 2016).
Además, otra consecuencia de los daños medioambientales y la explotación derivada del consumo desmedido es el deterioro de los ecosistemas del planeta, lo que ocasiona afectaciones irreversibles en la biodiversidad y, por lo tanto, representa una pérdida para el sentido de equilibrio medioambiental y para el patrimonio colectivo del género humano.
La escasez de recursos estratégicos pone en jaque la sustentabilidad de muchas sociedades en el largo plazo, obligando a que los gobiernos tomen acciones y conformen cuerpos especializados que se encarguen prevenir, investigar y sancionar los delitos derivados de la actividad económica de recursos energéticos, minerales, tierras raras, biodiversidad o agua.
5. Campo científico y tecnológico
El macroproceso científico y tecnológico de mayor impacto en la actualidad es la oleada de innovación tecnológica conocida como “Cuarta Revolución Industrial”, caracterizada por avances en la robótica, computación cuántica, biotecnología, la impresión tridimensional, la proliferación de la inteligencia artificial, la hiperconectividad y la movilidad autónoma, entre otros (Schwab, 2016).
En consecuencia, es claro que el mundo del siglo XXI se encuentra en transición hacia una economía del conocimiento, en la que el saber científico ocupa un rol cada vez más predominante. Resulta previsible entonces esperar el posicionamiento y consolidación como sectores dominantes de aquellos con mayor valor agregado en términos de progreso tecnológico.
Algunos de los elementos representativos de esta tendencia son los biocombustibles, la manufactura de nuevos materiales con múltiples aplicaciones tecnológicas (grafeno), las celdas solares, el empleo de la ingeniería genética, así como los planes de colonización de cuerpos celestes. Otras muestras incluyen el diseño de robots militares y/o policiales, las transacciones financieras algorítmicas, el constante perfeccionamiento de la inteligencia artificial, el desarrollo de proyectos armamentistas de alta precisión, el auge de los vehículos aéreos no tripulados (llamados “drones”), la fabricación casera de armamento y el alcance casi omnipresente de la denominada “red de redes”.
Pero, no todo es positivo con la ciencia y el avance tecnológico. Estas innovaciones tienen un lado oscuro que toca a la inseguridad y la actividad criminal. En este sentido, la circulación global de información posibilitada por la expansión del ciberespacio ha abierto un dominio en el que cada vez se confrontan más los intereses de distintos actores: Estados nacionales, empresas, organizaciones delictivas, grupos políticos, redes de integrismo religioso, etc. En esta dimensión, no hay reglas claras de conflicto, que se libra mediante las armas del sabotaje, el espionaje y el engaño, además de que tampoco es fácil discernir la identidad de los atacantes (Arreola, 2015). Es decir, la tecnología moderna no ofrece una solución automática a las problemáticas sociales. En algunos casos, incluso puede agravarlas (Morozov, 2012).
En efecto, los adelantos tecnológicos también plantean retos importantes derivados de sus consecuencias imprevistas. Por ejemplo, la masificación de los vehículos autónomos probablemente significarían la aparición de nuevos tipos delictivos (retención a través de hackeo hasta que se pague un rescate), la obsolescencia de las autoridades responsables de la movilidad urbana (incluyendo las policías de tránsito) además de que, en caso de algún accidente, no está claro si la responsabilidad sería atribuible a los tripulantes, a los fabricantes de los vehículos, a los diseñadores del software o a la empresa que preste el servicio de traslados.
Además, la conformación de algoritmos conductuales que están desarrollando la capacidad de entender y conocer a las personas incluso mejor que ellas mismas. Estos avances ponen en duda la continuidad de la democracia como se le conoce hoy en día, debido a que, lejos de generar una mayor equidad, se profundizaría la estratificación jerárquica de las sociedades – personas de primera, segunda o incluso tercera categoría – (Harari, 2017).
6. Campo de la salud
Precisamente, uno de los acoplamientos sistémicos más exitosos de la vida social es el que se da entre los avances científico-tecnológicos y el campo de la salud. En los últimos años nos hemos acostumbrado a las buenas noticias provenientes del ámbito de la medicina. Aquí y allá resuenan logros sobre nuevas curas y tratamientos para enfermedades, ya sean éstas generalizables a la población o específicas de cierto tipo de personas.
Por ejemplo, la biotecnología ofrece un potencial promisorio, considerando sus ambiciosos proyectos científicos relacionados con la medicina genética (lo que permitiría la detección y el tratamiento preventivo de múltiples padecimientos congénitos), la reprogramación celular (la alteración o recombinación de los códigos genéticos de los organismos para desarrollar nuevas características) o la prolongación de las expectativas de vida, la reversibilidad del envejecimiento o incluso la transferencia de los contenidos de la mente humana a una interface digital.
No obstante, todos estos adelantos, la naturaleza suele hacernos puntuales llamados que nos recuerdan la fragilidad de la condición humana y nuestro estado de vulnerabilidad. El último de esos llamados es la actual pandemia de la enfermedad Covid-19 causada por el virus SARS-CoV-2.
Al tratarse de una enfermedad nueva con un alto nivel de letalidad y para la cual no existe un tratamiento preciso, la Covid-19 ha transformado la conducta entre amplios sectores de la población quienes, ante el temor de contagio, modificaron sus hábitos de trabajo convivencia, esparcimiento y consumo. Lo catastrófico de ello es que, sectores centrales para la actividad social se vieron paralizados o semiparalizados, reconfigurando, a su vez, el escenario de incertidumbre y riesgo.
El tamaño de la crisis – que recién se comienza a vislumbrar – es de tal magnitud que afectará simultáneamente a múltiples sistemas y alcanzará a todos los niveles de la vida, incluyendo las relaciones interpersonales.
II. LA GESTIÓN POLICIAL DE CRISIS Y AMENAZAS
Desde la perspectiva policial, tanto la actual pandemia como las amenazas que derivan de los diversos macroprocesos, son factores de riesgo capaces de desestabilizar y hacer peligrar la integridad de la comunidad y de sus integrantes. Así, de acuerdo con una concepción multidimensional de la seguridad, cualquier fenómeno puede constituir una amenaza, sobre todo si la evolución deviene en crisis condiciones propicias para la inseguridad, violencia y actos de delincuencia.
Para comprender los nuevos retos y posibilidades del servicio policial, es preciso distinguir entre amenazas tradicionales y amenazas emergentes. Las amenazas tradicionales engloban el espectro de conductas delictivas que tienen un largo historial, tales como robos, asaltos, secuestros y extorsiones. No obstante, lo que caracteriza a estos flagelos en la actualidad es que, no solamente vulneran la integridad y el patrimonio de ciudadanos individuales, sino que su comisión es mediada por el uso de violencia extrema, impactando de manera nociva al tejido social y la percepción de la vida cotidiana. Estos flagelos estimulan expresiones de miedo, temor e incertidumbre.
Paralelo a los peligros de la delincuencia convencional, perduran otras amenazas tradicionales tales el terrorismo y la conflictividad social. Sobre el primero, cabe aclarar que, en el entorno globalizado actual, el terrorismo ha adquirido un nivel de proyección que trasciende las fronteras de los Estados (Lutz y Lutz, 2017).
Por su parte, las amenazas emergentes características del siglo XXI surgen como resultado de complejos procesos y fenómenos detonantes, muchos de ellos derivados de la conjugación de complejas tendencias globales. En esta categoría se encuentran fenómenos tales como impactos tecnológicos nocivos (ciberdelincuencia y ciberterrorismo), desequilibrios ambientales, desastres naturales, inestabilidad económica y financiera, nuevas variantes de criminalidad, pandemias, radicalización, corrupción –pública y privada –, entre otras. El resultado natural de esta expansión del abanico de factores de riesgo es que las agendas de seguridad del siglo XXI son más amplias que nunca.
Un ejemplo paradigmático de este tipo de amenazas lo encontramos en la actual crisis sanitaria. A diferencia del personal médico cuyo trabajo ha sido evidenciado por la pandemia – ya sea para bien o para mal –, la labor de los oficiales de policía pasa prácticamente desapercibida. En parte ello se debe a la estigmatización que les impone la ciudadanía. Sin embargo, las organizaciones policiales han tenido que replantear estrategias para continuar, por un lado, garantizando condiciones mínimas de seguridad y, por otro, para realizar tareas que atiendan las consecuencias derivadas de la pandemia y que son de vital importancia si se quiere regresar pronto a la normalidad. Tales tareas incluyen: evitar que el personal de salud sufra ataques y agresiones, resguardar instalaciones hospitalarias, vigilar las campañas de vacunación o dispersar aglomeraciones y actividades colectivas al aire libre. Lamentablemente, son pocos los países que han considerado vacunar en el primer o segundo grupo, a las y los policías.
De acuerdo con un artículo de opinión publicado a finales de 2020 , que retrata la presión ejercida por la presente contingencia sobre los cuerpos policiales, los propios oficiales consideran que con la pandemia aumentarán los saqueos; habrá un alza en la incidencia delictiva por falta de empleo, seguido del aumento de muertes por Covid-19 y, finalmente, aumento en violencia en el hogar. Se advierte fácilmente que, resultado del aumento de responsabilidades, el personal encargado de seguridad se expone a múltiples contactos con ciudadanos que los coloca en una situación de grave riesgo.
Asimismo, la ralentización del sector económico también los afectará a los integrantes de las instituciones de seguridad pública. Muchos policías complementan sus salarios mediante oficios que pueden atender en horas de no trabajo.
Por ende, cualquier política, estrategia o programa que pretenda desarrollar cuerpos policiales a la altura de los desafíos actuales, debe iniciar por una profunda reestructuración de las condiciones laborales, prestaciones y de seguridad que dignifique función realizada por los servidores públicos encargados de hacer cumplir la ley.
Paralelamente, la profesionalización y especialización policial en el manejo de amenazas emergentes es otro aspecto que debe ser considerado con seriedad por parte de los gobiernos. Desde ahora debe quedar claro que toda la formación de los oficiales habrá de desarrollarse desde una perspectiva democrática. Esto es, deben ser capaces de hacer cumplir la ley respetando los Derechos Humanos, las diferencias de género, brindar atención a las víctimas y proteger a la población vulnerable.
En conjunto, tanto el proceso de reestructuración de condiciones laborales, como la profesionalización de las instituciones de seguridad pública constituyen el pie de balanza para una reforma que contemple a la dignificación policial y la reubique como pieza neurálgica de un servicio público que actúe en apego al marco de legal, de respecto a los Derechos Humanos y libertades, y congruente con una sociedad democrática.
En suma, en los escenarios actuales intervienen numerosos factores que ponen en riesgo la seguridad y la tranquilidad de las regiones, los Estados nacionales, las sociedades, las comunidades y las personas. Asimismo, colocan a la policía en la difícil situación de enfrentarse a problemas cuyas causas primigenias derivan de realidades que escapan a su órbita directa de atribuciones y/o responsabilidades. Por lo tanto, aunque la solución de muchas de estas dificultades y problemáticas va más allá del ámbito policial, es necesario que la policía preste atención a estas condiciones para desarrollar un nivel óptimo de entendimiento situacional que le permita actuar de forma oportuna y, de ser posible, proactiva.
En otras palabras, la policía debe ser capaz de leer los contextos en el que surgen y crecen flagelos que afectan las condiciones de seguridad, a efecto de poder intervenir antes de que materialicen o se agraven. Resulta claro entonces que una policía moderna no puede darse el lujo de ignorar las implicaciones de las dinámicas y preocupaciones de la sociedad a la que tiene la responsabilidad de servir y proteger.
III. INNOVACIÓN POLICIAL ANTE EL CAMBIO Y LA INCERTIDUBRE GLOBAL
Así que, en un mundo caracterizado por procesos de cambio profundo cada vez más veloz y un incesante flujo de información, es crucial desarrollar una capacidad interpretativa y explicativa para poder tomar decisiones acertadas ante la incertidumbre.
Para ello, resulta crucial que las organizaciones policiales, impulsen procesos de aprendizaje que inculquen el liderazgo y que también garanticen la asimilación de atributos como la reflexión crítica, la colaboración en equipo y el análisis profundo, así como una actitud mental apta para abordar situaciones que rara vez resultan familiares o predecibles (Harari, 2018). En otras palabras, es elemental asimilar pronto que la incertidumbre de lo desconocido es parte del futuro que nos espera, y para poder afrontar todos los desafíos que ella supone, es necesario empezar a abordar y darle especial atención a la inteligencia emocional policial.
En ese sentido, en aras de superar los esquemas administrativos de desempeño organizacional policial tradicional, es fundamental la introducción de nuevos sistemas gerenciales que impulsen un pensamiento estratégico capaz de abordar fenómenos –situados en contextos complejos – a través de un entendimiento integral que permita la instrumentación de planes de acción de largo plazo que brinden soluciones innovadoras, creativas, capaces de satisfacer a los destinatarios de los servicios policiales (Scharmer, 2015).
En consecuencia, un liderazgo organizacional policial efectivo está estrechamente relacionado con las maneras en las que se piensa, actúa y comunica. De hecho, de acuerdo con el modelo denominado “círculo dorado” – planteado por Simon Senek como brújula orientadora de dichos procesos – , es vital definir sucesivamente el por qué (es decir, la misión que define la razón de ser de la organización), el cómo (las actividades que se realizan para cumplir con los objetivos trazados) y el qué (las tareas específicas que se desprenden de cada una de las actividades). El seguimiento e interioriorización de esta lógica, en el orden explicado, permite que las entidades policiales operen como un conjunto orgánico cuyas unidades constituyentes marchan en sincronía de manera similar a los engranajes de un mecanismo de relojería (Senek, 2011).
Esta necesidad cobra una relevancia mayor para que las organizaciones policiales evolucionen exitosamente en el desarrollo de un capital humano dotado de los conocimientos, habilidades, competencias y técnicas avanzadas de tal forma que este talento, se convierta en una ventaja comparativa autosustentable.
De manera particular, el valor de la gerencia estratégica para el desarrollo de capacidades institucionales es crucial para un óptimo desempeño policial, especialmente en contextos altamente complejos, en los que convergen tendencias de múltiples naturalezas y en los que proliferan diversas amenazas violentas y delictivas que ponen en peligro la seguridad y la tranquilidad de la ciudadanía. Por ende, si bien es importante desarrollar un sentido organizacional de propósitos compartidos, también es importante conducirse con flexibilidad para adaptarse a entornos altamente cambiantes.
En la realidad contemporánea, la organización policial no puede circunscribirse a la improvisación. Para brindar soluciones efectivas y eficientes ante las problemáticas que les competen, las corporaciones policiales requieren procesos de planeación estratégica que contemplen aspectos organizacionales, perspectivas amplias, administración pública, procesamiento de grandes volúmenes de información, manejo de tecnologías y la habilidad para instrumentar herramientas metodológicas interdisciplinarias.
En ese sentido, el abanico de servicios que brindan las agencias policiales se ha diversificado: actualmente abarca labores de vigilancia (tránsito, patrullaje disuasivo), actividades de investigación e inteligencia, restablecimiento del orden público y operaciones especiales, entre otras.
De manera particular, la importancia de los servicios policiales de vigilancia no debe ser infravalorada. Los policías que desempeñan tareas de vigilancia no pueden actuar de manera mecánica, necesitan visualizar con claridad lo qué están haciendo, sus alcances, propósitos, implicaciones e importancia. Deben entonces desarrollar un alto nivel de sensibilidad a sus entornos de cotidianeidad para poder observar, registrar, interpretar, procesar y abordar todo tipo de fenómenos y tendencias sociales. Por tanto, un policía de vigilancia necesita internalizar las dinámicas dialécticas entre sus capacidades analíticas y el contacto con la realidad.
Asimismo, es aconsejable sistematizar el acervo de experiencias empíricas de los policías de vigilancia para capitalizarlas como detonantes de la investigación aplicada al ámbito policial – a partir de las necesidades detectadas – o a la mejora de protocolos de actuación con base en el aprendizaje adquirido en el desempeño práctico de actividades policiales, a través de mecanismos orientados a la socialización de experiencias y mejoras prácticas.
En consecuencia, la articulación de una gerencia policial vanguardista necesita combinar todas esas vertientes de tal forma que no actúen de manera aislada, sino que avancen al unísono en el tratamiento de asuntos como problemáticas delictivas, contextos comunitarios, alianzas estratégicas e instrumentación de todo tipo de recursos institucionales.
Además, si se parte del razonamiento de que la gestión policial estratégica se ve influenciada por el modelo conceptual de policía que se escoja (Cortés, García y Gómez, 2018), es evidente que ante la naturaleza de las amenazas delictivas y de violencia, el desarrollo de un modelo óptimo de gestión policial que impulse una creciente profesionalización debe transitar de un paradigma reactivo – basado principalmente en el uso de la fuerza pública – hacia un enfoque más preventivo y proactivo, a efecto de contar con la capacidad para identificar factores de riesgo de forma temprana. Es verdad que esta idea está presente siempre, sin embargo, al diseñar y operar los planes estratégicos gana la incercia reactiva y de contención.
Por ejemplo, el problema de los ataques cometidos por extremistas – usualmente jóvenes – denominados “lobos solitarios” requiere que la autoridad disponga de métodos de análisis que permitan detectar oportunamente señales de alerta que indiquen una creciente radicalización, en tanto que el desmantelamiento de redes ilícitas exige la implementación de operaciones especiales y una labor de inteligencia que permita desarticular su andamiaje financiero (Harari, 2018). Es decir, dado su nivel de complejidad, estas problemáticas no pueden ser solucionadas mediante el uso reactivo de la fuerza.
Desde luego, ello implica la utilización de metodologías multidisciplinarias para realizar labores de análisis e inteligencia, que se traduzcan en la elaboración de productos analíticos de alto valor agregado para una toma de decisiones estratégica basada en una comprensión holística de la realidad y en una visión a futuro.
No obstante, no debe pensarse que existen “recetas” universales y atemporales. Cada problemática – en función de sus circunstancias, aristas y particularidades – requiere una solución diseñada específicamente para atenderla (Harari, 2018). Sin embargo, a pesar de ello, aprender de experiencias exitosas ante situaciones semejantes o comparables puede ser aleccionador para entidades similares.
Las grandes transformaciones no son solamente externas. También numerosos aspectos organizacionales internos se encuentran en proceso de experimentar cambios profundos. Por ejemplo, en aras de lograr un desempeño policial funcional en entornos dinámicos, las instituciones policiales – públicas y privadas – se enfrentan a desafíos tales como la necesidad de una especialización profesional cada vez mayor, la atracción de talento competitivo mediante la inspiración de un compromiso vocacional policial, la detección de áreas de oportunidad para optimizar procesos, la importancia del factor comunicacional, el prospecto de inminentes relevos generacionales en posiciones directivas, la mejora en la circulación de flujos de información, el impulso al aprendizaje constante, la generación de climas laborales que favorezcan la creatividad, la innovación, el liderazgo, el trabajo colaborativo, la auto-disciplina, el bienestar humano integral, el pensamiento crítico, y la iniciativa (Gónzalez-Alorda, 2010). Éstas áreas suponen un programa de formación en competencias socioemocionales ya que sin éstas, es imposible desarrollar las otras. De hecho la formación en competencias socioemocionales debieran ser el gran eje transversal de toda formación policial. Estas competencias implican el desarrollo y fortalecimiento del autoconocimiento o autoconcepto, es decir conocerse a si mismo, y la gestión o autoregulación emocional.
La policía no puede permitirse el lujo de ser refractaria mientras la realidad que la rodea está cambiando significativamente. Desde luego, se trata de un desafío formidable, especialmente para un sector en el que – especialmente en nuestro país – han predominado la inercia, la rigidez, la burocratización y la inflexibilidad. De mantenerse dichos rezagos, corre el riego de estancarse en una deriva profesional. Por tanto, debe abandonar gradualmente su zona de confort para reinventarse de forma acorde con el “espíritu de los tiempos”.
Para ello, se estima necesario fortalecer, dentro del ámbito policial, el uso de técnicas analíticas derivadas de estudios de futurología – método Delphi, escaneo ambiental, construcción de escenarios plausibles – como elemento de los procesos de planificación estratégica ante una realidad repleta de incertidumbre, complejidad, desafíos e imprevistos. Para complementar el alcance de estos ejercicios, es aconsejable involucrar en estas acciones a expertos académicos, representantes de la iniciativa privada, miembros de la comunidad y otras agencias gubernamentales.
Finalmente, en un entorno plagado por desafíos como la desintegración comunitaria, la disrupción tecnológica, el agotamiento de las grandes narrativas tradicionales y de los relatos identitarios, es importante que la gerencia policial del siglo XXI también tome en cuenta la trascendencia de una renovada búsqueda en pos de un sentido que brinde significado y plenitud a los profesionales calificados que se dedican a alguna de las vertientes de la labor policial. Esto implica poner una verdadera atención en la vida emocional de las y los policías, así como en la vida emocional de la propia institución policial.
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